De un contubernio desastroso para la
democracia, la información y las finanzas estatales, como el pactado entre el
gobierno estatal y la prensa veracruzana durante el sexenio de Fidel Herrera
Beltrán, a un distanciamiento artificial, diríase que un estado permanente de
guerra entre estos dos protagonistas sociales durante el presente gobierno, no
queda sino abrigar una pequeña esperanza de que es posible una relación menos
ríspida con el inicio de conferencias de prensa del gobernador Javier Duarte de
Ochoa.
Parecerá desproporcionado intuir un golpe
de timón en la política de comunicación social de Duarte, y ciertamente habrá
que ver si este ejercicio se mantiene vigente o si el encuentro de este lunes
no fue sino una pequeña válvula para despresurizar el creciente descontento de
la mayoría de los medios de comunicación ante situaciones difíciles, como la
violencia contra comunicadores que ha lanzado las alertas y mantiene a Veracruz
en la cúspide de los territorios más peligrosos del mundo para el ejercicio
periodístico.
¿Quién asesoró al gobernador Duarte para
que aplicara en sus tres primeros años de gestión un endurecimiento de su
gobierno contra la mayoría de los medios de comunicación y los periodistas?
¿Cuáles eran los objetivos que se pretendían cumplir con distanciar al poder
con la prensa y desactivar a ésta como bisagra que puede unir o separar a
sociedad y gobierno? ¿Ahorrar, castigar y atemorizar a los críticos, premiar a
los fieles?
Lo cierto es que cada vez es más
extendida la voz crítica, y disminuida e, incluso, menos influyente, la que
reconoce en todo acto de gobierno un paso necesario y elogioso. ¿Por qué,
entonces, mantener el mismo modelo que somete y reprime?
Javier Duarte de Ochoa dio un primer paso
ayer. Aunque habló de logros importantes en materia de economía, de la modélica
creación de empresas y una creciente inversión privada que podría acumular este
año una suma superior a los 25 mil millones de pesos (cerca de mil 800 millones
de dólares), lo más importante desde mi punto de vista es su acercamiento con
los comunicadores.
Y es que no se trata de volver a modelos
que hundieron a estados como el nuestro y el de Chiapas, donde los gobernadores
anteriores dilapidaron recursos públicos a favor de su imagen en los medios,
así fueran pasquines inservibles e insustanciales, sino a una sana y respetuosa
relación del gobierno con los comunicadores, a abrir canales de diálogo que
puedan tener más impacto informativo en una sociedad que demanda un mayor
pluralismo, un ambiente democrático y medios de comunicación solventes política
y moralmente.
Un
ambiente tenso y peligroso
Lo que en materia de comunicación
gubernamental se ha vuelto un estira y afloja, una falta de credibilidad
aparentemente insuperable, una mezcla enferma de elogios desmedidos y críticas
encolerizadas, empieza a manifestarse entre los comunicadores en una batalla
campal donde prácticamente no está quedando títere con cabeza.
Me explico: el socavamiento económico de
muchos medios, las campañas de desprestigio contra periodistas que han pasado
de ser críticos propositivos a virulentos golpeadores, el distanciamiento de la
estructura gubernamental respecto a los que hacen la noticia y el análisis de
la realidad, la violencia policial contra reporteros y fotógrafos que hacen su
trabajo y, para colmo, la intromisión del crimen organizado en ataques que han
costado la vida a varios comunicadores, han provocado una crispación nunca
antes vista en el gremio.
Cuando buena parte de los medios de
comunicación pone como personajes principales de sus notas o comentarios a
otros periodistas, cuando se generan verdaderas cruzadas contra colegas que mal
o bien desarrollan su vena crítica, cuando incluso en el área de Comunicación
Social, que debiera convertirse en zona de amortiguamiento, se evita el
contacto con la mayoría de los antaño respetados hombres y mujeres de la prensa,
poco es lo que se puede esperar para superar la actual crisis.
Por eso, que el gobernador Duarte haya
anunciado lo que él denominó un nuevo ejercicio de diálogo con representantes
de los medios de comunicación y con la sociedad veracruzana, mediante
conferencias de prensa, genera en mi fuero interno la esperanza en que las
cosas pueden cambiar si hay voluntad política de su gobierno. Que nadie me
culpe o señale si mis esperanzas son frustradas con el paso del tiempo.
Debo reconocer que no conozco personalmente
a Gina Domínguez Colío, coordinadora general de Comunicación Social y, mucho
menos, he estrechado la mano del gobernador Javier Duarte. No es necesario para
el ejercicio de mi profesión; tengo acceso a la información que el gobierno
genera, la pública al menos, y con eso es suficiente.
Desde esa posición equidistante de los
observadores sumamente críticos y de los que elogian desproporcionadamente, es
como me siento con la posibilidad de externar sin cortapisas mi opinión sobre
que puede construirse una nueva relación, más respetuosa, entre prensa y
gobierno.
Ya el tiempo se encargará de
contradecirme o darme la razón.
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