Desde que Miguel Alemán Velazco, siendo
gobernador, inventó la Cumbre Tajín, un acontecimiento de nueva creación al que
se le podía perdonar (e, incluso, agradecer) la proyección inusitada del sitio
arqueológico totonaca mediante la promoción de un festival internacional con la
participación de figuras locales, nacionales e internacionales, los
subsecuentes gobiernos estatales han tratado de impregnar de ese espíritu a
festividades de honda raíz popular para convertirlas en ferias modernas.
La que se desarrolla en Tlacotalpan, por
ejemplo, pierde con cada versión sus originales motivaciones y alcances.
Secuestrada por la estructura gubernamental, a través de la Secretaría de
Turismo y Cultura (Secturc), la Fiesta de La Candelaria ha visto perder su
belleza y alegría originales, su fama de punto de encuentro de la cultura
sotaventina, y la creencia religiosa que está en el fondo de su celebración
cada inicio de febrero.
La Secturc cada vez se acerca más a la
imagen de una empresa promotora de espectáculos. Su titular, Harry Grappa
Guzmán, ha derrochado recursos del erario para la contratación de figuras
nacionales e internacionales, como si quisiera esconder el entusiasmo
pueblerino tras el boato de las marquesinas.
A contracorriente, esa misma dependencia
desplaza las expresiones autóctonas con el desprecio y el desdén. Ya lo
habíamos anticipado en este espacio, y la corroboración ha venido de una de las
integrantes del grupo Son de Madera, uno de los barcos insignia del movimiento
sonero, por el trato indigno que se les prodigó.
Esta pléyade de funcionarios con vocación
de promotores artísticos, como el que comentamos ayer, el director de RTV, Juan
Octavio Pavón, miran al Veracruz profundo con total desprecio. Y parece que
tienen la venia de quien los ha contratado.
¿Qué pueden hacer los grupos artísticos
locales para rescatar festividades como la de Tlacotalpan, en que cada año se
retroalimentan para mantener vivas las expresiones culturales que permiten la
identidad de los veracruzanos? Al parecer, muy poco.
Cuando se trata de apoyar festivales
autóctonos se argumenta que no hay recursos, pero poco podemos creerle a los
gobiernos estatal y municipales cuando se destinan grandes sumas a la contratación
de onerosos y fútiles espectáculos que no representan nuestras raíces
culturales.
Desprecio
por los grupos locales
No de otra manera se pueden entender las
graves afrentas que están padeciendo nuestros artistas locales en La
Candelaria, y las que reciben aquellos grupos que sí están haciendo cultura,
difundiendo el son jarocho, diseminando el conocimiento sobre la forma de tocar
y construir los instrumentos tradicionales, la danza, la recuperación de las
tradiciones que se forjan en torno a los fandangos, incluida la tradición
textil, la gastronomía, la elaboración de las décimas.
Natalia Arroyo, violinista de Son de
Madera, manifestó en redes sociales su indignación por el trato recibido por
parte de los organizadores de la Fiesta de La Candelaria, en Tlacotalpan. No
solo se les recluyó en tiendas de campaña, sin baño, frente al lujo ofrecido a
los artistas traídos del altiplano con alto costo; tampoco se les dieron las
facilidades para preparar sus actuaciones.
Fuertemente resguardados por guaruras que
cuidaban a los artistas contratados, los foros fueron cancelados a los
tradicionales soneros (tratados como teloneros de ínfima categoría) para que probaran
el sonido. Natalia narra cómo los Soneros de Tesechoacán, una institución en la
región, tuvieron que esperar más de dos horas para probar los micrófonos y, al
final, tuvieron que quedarse con las ganas, con la amenaza, eso sí, de que solo
tenían 45 minutos para su participación, sin posibilidad de alargar un minuto
más, so pena de cortarles el sonido.
Lo que narra la violinista de Son de
Madera no tiene desperdicio: “no dejaban entrar a las hijas de Octavio Vega del
grupo Mono Blanco a los camerinos, como si fueran a hacer alguna maldad, todo
porque Juan Solo estaba en su camerino”.
Es posible que no sea perniciosa la
celebración de espectáculos nacionales e internacionales en la fiesta
tlacotalpeña. El problema es que nuestros funcionarios ven con abominable
desdén las expresiones artísticas que son el corazón de esa fiesta.
Grave, en demasía esto que se expone, ¿tienen planeada alguna acción?
ResponderEliminarAlgo podrá hacer la sociedad civil, especialmente la tlacotalpeña desde luego apoyada por ciudadanos interesados en la ya NO demeritación de la cultura y si en el rescate y preservación de la misma.
La comunidad cultural jarocha es muy fuerte, Carlos. Y está organizada. El gobierno del estado ha propuesto consagrar el son jarocho como patrimonio cultural intangible de la ONU, pero lo que los grupos que preservan las tradiciones culturales más profundas del sur de Veracruz proponen que se proponga el fandango, que incluye la música, la danza y la actividad cultural que germina en torno a esas expresiones artísticas, como la gastronomía, laudería, textiles, etc. Y han llamado la atención sobre manifestaciones que corren mucho más riesgo de perderse, como el son huasteco. Creo que nuestra labor sería dar voz a todos aquellos que durante décadas han mantenido y enriquecido esta tradición cultural de Veracruz. Gracias por su comentario,
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