En 15 años, el nombre Tajín ha pasado de
ser la referencia a una de las culturas prehispánicas más ricas en la
arquitectura, la cultura, las artes y la astronomía de los totonacas ancestrales,
para convertirse en un simple sinónimo de un festival en que recalan bandas
musicales reconocidas por los jóvenes con acceso a las nuevas vertientes
mundiales en lo que a géneros musicales se refiere.
¿Qué tanto ha ayudado la denominada Cumbre
Tajín a proyectar la cultura totonaca, olvidada incluso por sus propios
herederos, y en qué medida la derrama económica (calculada en 200 millones de
pesos que aparentemente supondrá el arribo de unos 500 mil participantes) ha ayudado
a rebasar los también ancestrales rezagos sociales del Totonacapan? Es algo que
todavía espera un estudio serio y objetivo.
Desde que en 2000, el entonces gobernador
Miguel Alemán Velazco, apuntalado por su equipo de promotores artísticos
formados en Televisa, dio inicio a este festival dentro de la mismísima zona
arqueológica, con graves presagios que hicieron presumir la furia del dios del
Trueno (hubo afectaciones en los edificios custodiados por el INAH y murió un
policía de entre los cientos que fueron subidos a un templete para probar su
resistencia), la Cumbre Tajín ha sido un poderoso imán turístico, pero fue
opacando al mismo tiempo la trascendencia que por sí misma representa la
prodigiosa ciudad en que se levanta la enigmática Pirámide de los Nichos.
Una
cartelera atractiva, pero…
Este fin de semana será su versión 15.
Del 20 al 24 de marzo, esta cumbre denominada “La revelación de lo posible” dará
de qué hablar en el país y en algunos círculos de otros países que gustan de
acudir a eventos culturales con carteleras atractivas. Acuden a disfrutar los
eventos masivos programados, a hospedarse en la hotelería escasa y de baja
calidad que ofrecen Poza Rica, Papantla y Costa Esmeralda y, tras noches
enjundiosas, a pocos les quedarán ganas de conocer lo que ha quedado de la
cultura ancestral.
Vendrán este año a disfrutar los
conciertos masivos de Jack Johnson, Edward Sharpe and The Magnetic Zeros, Tool,
Primus, Puscifer, Illya Kuryaki and the Valderramas, Babasónicos, Fobia y la
Banda El Recodo de don Cruz Lizárraga. También, Los Amigos Invisibles, Jenny
and the Mexicats, Los Ángeles Negros, Los Románticos de Zacatecas, Bajofondo,
L. A., Tomahawk y Vayijel, Funker y los grupos xalapeños Soflama y Macuiles. Es
decir, un abanico de géneros musicales que incluye pop indie, world music,
Rythm&Blues, electrónico, además de son jarocho mezclado, cumbia y bolero.
Para los conocedores, el cartel es
sumamente atractivo. Seguramente más de un lector de esta columna no sabrá ni
de quiénes se trata, más allá de la banda que atrae a las masas y que ha
permitido, junto con otras, la invasión de la música norteña (algunos dicen que
para infundir una cultura muy cercana al narcotráfico). Quienes vivimos en
Xalapa reconoceremos a los grupos Macuiles y Soflama.
Salvo que se destinan enormes cantidades
de recursos provenientes del erario, nadie podría decir que la oferta sea
desdeñable. He visto en ciudades del país, como Puebla y el DF, a decenas de
jóvenes que buscan afanosamente boletos de autobús para llegar a Poza Rica o
Papantla (las camioneras no pelan al festival y, por ello, no amplían su oferta
de viajes). Algunos más lo harán en su propio vehículo o aprovecharán los
vuelos al aeropuerto de Poza Rica y el de Veracruz; los habrá que lleguen de
aventón. No hay duda que es atractivo.
A la inauguración acudirán la secretaria
de Turismo del gobierno federal, Claudia Ruiz Massieu, y el gobernador Javier
Duarte de Ochoa.
Porque vaya que tiene resonancia. Incluso
la Secretaría de Infraestructura y Obras Públicas (SIOP) no ha tenido problemas
para acudir en días previos a componer las maltrechas vías de acceso. Todo
parece indicar que será un éxito, a no ser que el dios Trueno lo eche a perder
con algún frente frío.
Pero…
¿y los totonacas?
No es seguro que los habitantes de la
sierra del Totonacapan vayan a disfrutar este festival; no hay nada hecho para
ellos, para su disfrute, para que tengan siquiera la posibilidad de ingresar a
los espectáculos masivos, a no ser como trabajadores, animadores de los
visitantes con sus danzas, talleres de alfarería, curas, temazcales,
elaboración de collares de flores, gastronomía, rituales, ceremonias de los
voladores, el uso de la vainilla.
Sin demeritar el trabajo que realiza en
el curso del año el Parque Temático Takilhsukut y los reconocimientos recibidos
incluso por la UNESCO, lo cierto es que, terminado el festival, los indígenas
de la región regresarán a su pobreza y a sus graves rezagos, y solo se
beneficiarán los empresarios del sector turístico.
Como en la Fiesta de La Calendaria, la
intervención de la Secretaría de Turismo y Cultura (Secturc) ha sido para
convertir este tipo de eventos en ofertas culturales para quienes vivimos fuera
de la región. Los visitantes, sin embargo, muy poco conocerán de la cultura y las
artes que se gestan en la región y en Veracruz.
¡Quémenme con leña verde si digo
mentiras!