No fue necesario el fin de la
administración de Enrique Peña Nieto en 2018, el primer gobierno priista luego
de 12 años de presidencias panistas, para caer en un desastre económico, como
había sido la tónica en los gobiernos tricolores desde el fin del sexenio de
José López Portillo, atenazado por la fuga de capitales, la devaluación del
peso a grados superlativos y una inflación galopante que puso a todos los
mexicanos al borde de la peor miseria.
Ya era costumbre que, al final de los
sexenios priistas, la devaluación del peso y la inflación rompiera la
posibilidad de lograr un desarrollo sostenido; millones de familias se hundían
prácticamente en la mendicidad y se empezó a leer la historia de México por
décadas perdidas.
El terremoto de 1985, previo al último
año de Miguel de la Madrid, puso en jaque la economía mexicana. Toda la
inversión pública federal programada para diversas regiones del país fue
cortada de tajo para enfrentar la enorme tragedia que representó para la
capital mexicana un fenómeno natural que enlutó al país.
Carlos Salinas de Gortari, electo en
medio del más claro y monstruoso fraude electoral, palió en sus primeros años
la profunda crisis económica no solo con golpes políticos, como el
encarcelamiento del líder petrolero Joaquín Hernández Galicia, La Quina, sino
con un endeudamiento considerable que permitió un déficit presupuestal de 3.7
por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), aunque al año siguiente lo redujo
a 1.9 por ciento.
Con él, la venta de todas las empresas en
manos del Estado permitió que fueran a parar a individuos que hoy lucran
incluso a costa del Estado que les dio posibilidad de incrustarse en las listas
de Forbes.
El advenimiento de Ernesto Zedillo Ponce
de León, quien sustituyó en plena campaña presidencial al asesinado Luis
Donaldo Colosio Murrieta, puso de inmediato en jaque el castillo de naipes con
el que Salinas hizo creer a todos los mexicanos sobre nuestra duradera estancia
en el grupo de países en desarrollo. Economista duro, Zedillo hizo malabares,
luego del denominado “error de diciembre” de 1994, con medidas que nos abrieron
las puertas al infierno del desastre económico y logró, con un déficit promedio
de 0.6 por ciento durante su gobierno, recuperar la estabilidad.
Tanto Vicente Fox Quesada como Felipe
Calderón Hinojosa, los dos presidentes panistas, promediaron 0.4 y 1.7% del PIB
del déficit presupuestal, si bien solo se interesaron en mantener estables las
cuentas públicas y la macroeconomía, sin que ello se expresara en una mejor
condición de vida para millones de mexicanos que se mantuvieron en la línea de
flotación, lo que quiere decir que muchos sobrevivieron pero otros tuvieron que
pasar a mejor vida.
La noticia en el mundo era la estabilidad
económica de México y las enormes posibilidades de crecimiento que, con
reformas estructurales, harían detonar la economía a grado tal que el nombre de
nuestra nación se ubicaría entre las BRICS (Brasil, Rusia, India, China y
Sudáfrica) como parte de las economías emergentes que estaban llamadas a
sustituir a las tradicionales potencias económicas del mundo o, al menos, a
igualarse con ellas.
CRECERÁ
EL DÉFICIT PÚBLICO
Pero nones para los comelones. Según un
estudio del Centro de Estudios de las Finanzas Públicas de la Cámara de
Diputados, las cosas se podrían poner color de hormiga y promediar para el
sexenio peñista el más alto déficit presupuestal de las últimas tres décadas.
En efecto, según las previsiones del propio gabinete, si en 2014 se programa incurrir
en un déficit del 3.5% del PIB, la tendencia en los siguientes años no apuntan
a recuperar un endeudamiento público sano, pues para 2015 se calcula un déficit
de 3.0% y en 2016, de 2.5%. Y a ello habrá que agregar el déficit calculado
para el año que corre, que será de 2.4%.
Contra lo previsto por el equipo
económico del gobierno federal, 2013 ha sido fatídico. En primer lugar, las
expectativas de crecimiento han descendido en caída libre, al grado de estar
hablando en estos días de que México ha entrado en periodo de recesión.
Las inversiones extranjeras directas no
llegan en la medida en que estaban sentadas las expectativas no bien se
difundieran las reformas estructurales; la inflación, sobre todo en el sector
primario, ha hundido las posibilidades para que el sector emprendedor permita
dinamizar la economía; la recaudación fiscal irá a la baja, sobre todo a partir
de la enorme catástrofe natural que representa el paso de Ingrid y Manuel por
territorio nacional y, encima, los países en desarrollo ven con la ceja
levantada las dificultades para que se apruebe una reforma energética que
incluso ven tibia para lo que esperaban.
En los Criterios Generales de Política
Económica, el gobierno federal considera que gastar más allá de los ingresos
presupuestarios puede ser útil para hacer crecer la economía. “El nivel de
déficit propuesto contribuirá a mitigar el efecto recesivo de corto plazo sobre
diversos sectores de la economía mexicana”.
Y agrega el documento: “Este déficit
permitirá un estímulo contracíclico para apoyar a la economía y al empleo, al
tiempo que permitirá invertir de manera decidida desde ahora para alcanzar los
frutos de las reformas estructurales lo antes posible”.
Las desgracias no vienen solas. El país
está prácticamente en crispación social. Las protestas del magisterio dañan
severamente las economías de escala; los fenómenos meteorológicos, según
análisis de la propia Secretaría de Gobernación, han provocado un desastre
mayor que el terremoto de 1985, y no solo habrá una merma importante en el
universo de contribuyentes (muchos de los cuales han quedado en la ruina y sin
negocio), sino que además durará un buen tiempo lograr la recuperación de las
economías regionales afectadas.
Si las declaraciones hechas a favor de la
reconstrucción nacional son ciertas, se requerirá una inversión mayúscula para
permitir a millones de damnificados recuperar sus viviendas o sus negocios. Ya
hemos visto que si esos recursos no son bien vigilados en su aplicación, a
quienes ayudan es a nuestros voraces políticos estatales y municipales.
Por eso, no debe sorprender que el
presidente más criticado en materia de formación académica y cultura general
haya dado visos de dónde sacará recursos para afrontar los compromisos. De
entrada, restarle a la cultura y las artes una buena tajada de 4 mil millones
de pesos en 2014, que no se recuperará. Habrá que ver cómo le va a ciencia,
tecnología e innovación, pero es casi segura que no se cumpla la previsión de
dotarle de al menos el 1 por ciento del PIB.
CORRUPCIÓN Y NEGOCIOS
PÚBLICOS
Dice
la izquierda mexicana (y dice bien) que lo que no tocará Enrique Peña Nieto es
la enorme corrupción que merma todo intento por lograr el crecimiento
económico.
Tras
la detención de Elba Esther Gordillo Morales por diversos delitos, lo que
permitió tener de aliado al SNTE en la denominada reforma educativa, no ha
habido una señal que permita, ya no digamos la detención del corrupto líder
petrolero Carlos Romero Deschamps, actual senador priista, sino incluso romper
con las multimillonarias transferencias financieras al sindicato desde Pemex.
La
propuesta de reforma energética no toca con el pétalo de una flor el poderío de
una organización criminal, disfrazada de organismo gremial, que sigue
succionando alegremente los ingresos del país por las exportaciones petroleras.
Lo
más grave es que el propio Poder Legislativo, que incluye a todos los partidos
políticos, es partícipe de la corrupción, lo que hace que los contribuyentes
cautivos estemos en desacuerdo con los nuevos impuestos que se afinan en la
reforma hacendaria.
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