Mal empieza la semana para el que ahorcan en lunes, dice el refrán, y así, con una frase fúnebre, no queda hablar sino de la forma tan grotesca con que en Veracruz se aborda la tarea de procurar justicia cuando se trata de hacerlo en casos tan dolorosos como los asesinatos seguidos de dos periodistas veracruzanos o que ejercieron su ministerio informativo en la entidad, donde hallaron una muerte tan violenta como inexplicable.
Inexplicable para los simples mortales, claro, porque para el Procurador General de Justicia, Reynaldo Escobar Pérez, las cosas están más que claras, nítidas, incluso como si ya lo supiera de antemano, a decir de sus declaraciones apenas iniciadas unas indagatorias judiciales que pudieran parecer innecesarias cuando el abogado del Estado lo sabe todo.
Como se ha hecho costumbre en este país, todo crimen contra un periodista es, de inmediato, relacionado con cuestiones pasionales, pleitos largamente enconados y, ahora, por andar jugando con fuego enemigo, como lo hizo aparecer Escobar Pérez para el caso de Yolanda Ordaz de la Cruz, asesinada el 24 o 25 de julio, y segunda en la lista de periodistas de Notiver que este año han encontrado su fin en manos de sicarios, cuando ya no pueden defender su honor.
Que se quiera descartar el ejercicio de la libre expresión desde la labor periodística como posible motivo del homicidio o el rapto es algo a lo que, por desgracia, buscan acostumbrarnos tanto la PGR como la procuraduría local. Sucede lo mismo cuando se despliegan banderas blancas luego de fenómenos meteorológicos y a las muertes ocurridas durante los mismos se les busca otras motivaciones.
Lo grave es cuando se atribuyen nexos con la delincuencia organizada como motivo para el asesinato o desaparición de periodistas, como se ha hecho, por desgracia, en el caso de inocentes caídos durante refriegas que no les correspondían.
El caso ha dado la vuelta al mundo. No sólo nos queda el temor creciente entre los periodistas veracruzanos de que estamos a merced de los facinerosos sin que haya la mínima protección; además, podemos postmortem recibir el estigma de bandoleros agazapados tras la computadora o la cámara fotográfica, y la vergüenza de vivir en una sociedad donde todo se nos revierte.
Impunidad desconcertante
¿Qué surge luego de estas declaraciones? La impunidad, simple y llanamente. ¿Cuántos homicidios o secuestros de periodistas se han aclarado? Al parecer, ninguno. México se ha convertido en el país más peligroso para el ejercicio periodístico, sobre naciones en guerra como Afganistán.
Los asesinatos de Miguel Ángel López Velasco (Milo Vela), el 20 de junio, y de Yolanda Ordaz, ambos de Notiver, confirman las condiciones de alto riesgo en las que trabajan los periodistas en México pero, además, el alto grado de impunidad en casi todos los casos, según Omar Rábago, oficial del Programa de Libertad de Expresión y Protección a Periodistas de la organización Artículo 19: “Desde 2005 a la fecha, en Veracruz han ocurrido nueve asesinatos de periodistas en los que únicamente ha habido una sentencia, entonces eso también habla de unos niveles de impunidad altos”.
No aboga en mejorar esa percepción la declaración apresurada con que nos ha salido Raynaldo Escobar, que además impone altos niveles de estrés y temor en muchos otros periodistas del Puerto de Veracruz que se sienten objeto de sospecha oficial y persecución de criminales.
Decir que “se investigarán las versiones que señalan la presunta relación de comunicadores con la delincuencia organizada, lo que los coloca en una situación vulnerable, de peligro y riesgo personal y familiar", apenas unas horas después de hallar el cuerpo decapitado de la periodista, lanza una bola de humo que sitúa a periodistas y medios como colaboradores del bando criminal. Y no se vale.
Si está seguro de su aserto, ¿por qué no ha puesto a su gente tras esas líneas de investigación? Si lo sabe y no hace nada, ¿se puede pensar en complicidad por omisión?
Por eso, el que la Procuraduría General de la República se haya incorporado a las indagatorias, al menos permite pensar en que se actuará con mayor profundidad que lo que habría sucedido con una policía ministerial estatal prejuiciada como su jefe; aunque, a decir verdad, en el país tampoco se ha logrado mucho en esta materia.
¿Qué nos espera a los periodistas, ninguneados como nunca en Veracruz?
viernes, 29 de julio de 2011
miércoles, 6 de julio de 2011
Veracruz, a merced de la naturaleza
La entrada a Veracruz del primer meteoro de la temporada de huracanes, la tormenta tropical Arlene, ha puesto en alerta a toda la población.
Su raudo paso por el norte de Veracruz no solo ha significado una llamada de atención por los posibles daños que su trasiego provocó y las enormes cargas de agua soltadas sobre la zona montañosa, con su secuela de calamidades en su retorno al Golfo de México por lechos de ríos y arroyos.
Arlene y los huracanes que le sigan pondrán al descubierto los efectos de un desarrollo inarmónico y destructivo, al que hemos contribuido todos.
Veracruz ha mostrado una enorme fragilidad, acrecentada en los últimos años. La desforestación galopante por todos los rumbos de su territorio, la urbanización salvaje que desdeña la gran memoria de la naturaleza y el abandono de los ríos cuyos lechos han adelgazado por sedimentos que arrastran desde montañas arrasadas por talamontes, ponen en riesgo vidas y propiedades de los veracruzanos.
Lo más preocupante es que la entidad no se ha recuperado del latigazo destructivo con que se despidió la anterior temporada de huracanes, cuando Karl puso en entredicho la viabilidad de un modelo de desarrollo equivocado.
A los enormes saldos en pérdida de vidas, proyectos personales e infraestructura productiva y de comunicaciones, hoy debemos considerar la imposibilidad financiera del gobierno local para afrontar las consecuencias de lo que viene y la displicencia maliciosa con que el gobierno federal le da la espalda a los veracruzanos cuando ocurren desgracias.
El gobernador Javier Duarte se ha movido rápido. Antes de que el jueves en la madrugada Arlene azotara Cabo Rojo, en el municipio de Tampico Alto, y se desplazara con vientos de hasta 100 kilómetros por hora por la Huasteca veracruzana, ya había solicitado la Declaratoria de Emergencia para 53 municipios del norte.
Y es que Veracruz sufre de una fenomenal carencia de recursos en sus finanzas públicas, y será necesario que Duarte ponga en juego toda su capacidad de negociación con el secretario de Gobernación, Francisco Blake Mora, para que un gobierno al que tanto contribuye Veracruz por la vía impositiva regrese lo que le corresponde para hacer frente a las contingencias.
Hemos visto cómo, en anteriores desastres, la batahola política que se traían Felipe Calderón y Fidel Herrera Beltrán, impidió que bajaran los recursos federales en apoyo de los paisanos.
Pero Fidel estaba peleado con todos. Cuando alguien hacía ver públicamente su desordenada e interesada gestión para atender las calamidades y se apuntaba para remediar las omisiones, de inmediato recibía una retahíla de zambombazos mediáticos, a la que se unían varios periodistas. El caso más sonado fue el de la actriz Ana de la Reguera, cuyo tesón finalmente hizo que se recuperara en algo la población de La Antigua.
Todo mundo olvida el clima
No hay en Veracruz una legislación que obligue a todo empresario, gobierno o particular a demostrar que la obra, negocio o iniciativa que emprenda no dañará el medio ambiente ni la fragilidad del territorio.
No se halla algún indicio de la necesaria colaboración entre las dependencias de desarrollo urbano, promoción económica, comunicaciones y ayuntamientos, incluso educación, con el área de protección civil, para que ésta dictamine si tal acción no provocará graves daños a la población en caso de fenómenos meteorológicos.
La secretaria de Protección Civil, Noemí Guzmán Lagunes, ha hecho declaraciones en torno a las afectaciones que una población cercana a Xalapa está en riesgo de sufrir por las obras del libramiento. El problema es que ya estamos en temporada de huracanes y lo único que se puede hacer es planear la instalación de albergues y organizar a la población para resguardar su integridad física en caso de que ocurra lo que viene.
El otro caso que puso al descubierto Karl, el riesgo en que ha puesto la urbanización salvaje a los habitantes de Veracruz-Boca del Río, ya se ha hecho presente en el fraccionamiento Campanario en el Puerto. En la madrugada del martes registró un deslave que inundó de lodo las calles de ese conglomerado, apenas con las primeras lluvias de la temporada, como sucedió en octubre de 2009 y en agosto de 2010.
Dependemos de la baja intensidad de huracanes y tormentas tropicales de la temporada. ¡Que Dios nos agarre confesados!
Su raudo paso por el norte de Veracruz no solo ha significado una llamada de atención por los posibles daños que su trasiego provocó y las enormes cargas de agua soltadas sobre la zona montañosa, con su secuela de calamidades en su retorno al Golfo de México por lechos de ríos y arroyos.
Arlene y los huracanes que le sigan pondrán al descubierto los efectos de un desarrollo inarmónico y destructivo, al que hemos contribuido todos.
Veracruz ha mostrado una enorme fragilidad, acrecentada en los últimos años. La desforestación galopante por todos los rumbos de su territorio, la urbanización salvaje que desdeña la gran memoria de la naturaleza y el abandono de los ríos cuyos lechos han adelgazado por sedimentos que arrastran desde montañas arrasadas por talamontes, ponen en riesgo vidas y propiedades de los veracruzanos.
Lo más preocupante es que la entidad no se ha recuperado del latigazo destructivo con que se despidió la anterior temporada de huracanes, cuando Karl puso en entredicho la viabilidad de un modelo de desarrollo equivocado.
A los enormes saldos en pérdida de vidas, proyectos personales e infraestructura productiva y de comunicaciones, hoy debemos considerar la imposibilidad financiera del gobierno local para afrontar las consecuencias de lo que viene y la displicencia maliciosa con que el gobierno federal le da la espalda a los veracruzanos cuando ocurren desgracias.
El gobernador Javier Duarte se ha movido rápido. Antes de que el jueves en la madrugada Arlene azotara Cabo Rojo, en el municipio de Tampico Alto, y se desplazara con vientos de hasta 100 kilómetros por hora por la Huasteca veracruzana, ya había solicitado la Declaratoria de Emergencia para 53 municipios del norte.
Y es que Veracruz sufre de una fenomenal carencia de recursos en sus finanzas públicas, y será necesario que Duarte ponga en juego toda su capacidad de negociación con el secretario de Gobernación, Francisco Blake Mora, para que un gobierno al que tanto contribuye Veracruz por la vía impositiva regrese lo que le corresponde para hacer frente a las contingencias.
Hemos visto cómo, en anteriores desastres, la batahola política que se traían Felipe Calderón y Fidel Herrera Beltrán, impidió que bajaran los recursos federales en apoyo de los paisanos.
Pero Fidel estaba peleado con todos. Cuando alguien hacía ver públicamente su desordenada e interesada gestión para atender las calamidades y se apuntaba para remediar las omisiones, de inmediato recibía una retahíla de zambombazos mediáticos, a la que se unían varios periodistas. El caso más sonado fue el de la actriz Ana de la Reguera, cuyo tesón finalmente hizo que se recuperara en algo la población de La Antigua.
Todo mundo olvida el clima
No hay en Veracruz una legislación que obligue a todo empresario, gobierno o particular a demostrar que la obra, negocio o iniciativa que emprenda no dañará el medio ambiente ni la fragilidad del territorio.
No se halla algún indicio de la necesaria colaboración entre las dependencias de desarrollo urbano, promoción económica, comunicaciones y ayuntamientos, incluso educación, con el área de protección civil, para que ésta dictamine si tal acción no provocará graves daños a la población en caso de fenómenos meteorológicos.
La secretaria de Protección Civil, Noemí Guzmán Lagunes, ha hecho declaraciones en torno a las afectaciones que una población cercana a Xalapa está en riesgo de sufrir por las obras del libramiento. El problema es que ya estamos en temporada de huracanes y lo único que se puede hacer es planear la instalación de albergues y organizar a la población para resguardar su integridad física en caso de que ocurra lo que viene.
El otro caso que puso al descubierto Karl, el riesgo en que ha puesto la urbanización salvaje a los habitantes de Veracruz-Boca del Río, ya se ha hecho presente en el fraccionamiento Campanario en el Puerto. En la madrugada del martes registró un deslave que inundó de lodo las calles de ese conglomerado, apenas con las primeras lluvias de la temporada, como sucedió en octubre de 2009 y en agosto de 2010.
Dependemos de la baja intensidad de huracanes y tormentas tropicales de la temporada. ¡Que Dios nos agarre confesados!
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