La entrada a Veracruz del primer meteoro de la temporada de huracanes, la tormenta tropical Arlene, ha puesto en alerta a toda la población.
Su raudo paso por el norte de Veracruz no solo ha significado una llamada de atención por los posibles daños que su trasiego provocó y las enormes cargas de agua soltadas sobre la zona montañosa, con su secuela de calamidades en su retorno al Golfo de México por lechos de ríos y arroyos.
Arlene y los huracanes que le sigan pondrán al descubierto los efectos de un desarrollo inarmónico y destructivo, al que hemos contribuido todos.
Veracruz ha mostrado una enorme fragilidad, acrecentada en los últimos años. La desforestación galopante por todos los rumbos de su territorio, la urbanización salvaje que desdeña la gran memoria de la naturaleza y el abandono de los ríos cuyos lechos han adelgazado por sedimentos que arrastran desde montañas arrasadas por talamontes, ponen en riesgo vidas y propiedades de los veracruzanos.
Lo más preocupante es que la entidad no se ha recuperado del latigazo destructivo con que se despidió la anterior temporada de huracanes, cuando Karl puso en entredicho la viabilidad de un modelo de desarrollo equivocado.
A los enormes saldos en pérdida de vidas, proyectos personales e infraestructura productiva y de comunicaciones, hoy debemos considerar la imposibilidad financiera del gobierno local para afrontar las consecuencias de lo que viene y la displicencia maliciosa con que el gobierno federal le da la espalda a los veracruzanos cuando ocurren desgracias.
El gobernador Javier Duarte se ha movido rápido. Antes de que el jueves en la madrugada Arlene azotara Cabo Rojo, en el municipio de Tampico Alto, y se desplazara con vientos de hasta 100 kilómetros por hora por la Huasteca veracruzana, ya había solicitado la Declaratoria de Emergencia para 53 municipios del norte.
Y es que Veracruz sufre de una fenomenal carencia de recursos en sus finanzas públicas, y será necesario que Duarte ponga en juego toda su capacidad de negociación con el secretario de Gobernación, Francisco Blake Mora, para que un gobierno al que tanto contribuye Veracruz por la vía impositiva regrese lo que le corresponde para hacer frente a las contingencias.
Hemos visto cómo, en anteriores desastres, la batahola política que se traían Felipe Calderón y Fidel Herrera Beltrán, impidió que bajaran los recursos federales en apoyo de los paisanos.
Pero Fidel estaba peleado con todos. Cuando alguien hacía ver públicamente su desordenada e interesada gestión para atender las calamidades y se apuntaba para remediar las omisiones, de inmediato recibía una retahíla de zambombazos mediáticos, a la que se unían varios periodistas. El caso más sonado fue el de la actriz Ana de la Reguera, cuyo tesón finalmente hizo que se recuperara en algo la población de La Antigua.
Todo mundo olvida el clima
No hay en Veracruz una legislación que obligue a todo empresario, gobierno o particular a demostrar que la obra, negocio o iniciativa que emprenda no dañará el medio ambiente ni la fragilidad del territorio.
No se halla algún indicio de la necesaria colaboración entre las dependencias de desarrollo urbano, promoción económica, comunicaciones y ayuntamientos, incluso educación, con el área de protección civil, para que ésta dictamine si tal acción no provocará graves daños a la población en caso de fenómenos meteorológicos.
La secretaria de Protección Civil, Noemí Guzmán Lagunes, ha hecho declaraciones en torno a las afectaciones que una población cercana a Xalapa está en riesgo de sufrir por las obras del libramiento. El problema es que ya estamos en temporada de huracanes y lo único que se puede hacer es planear la instalación de albergues y organizar a la población para resguardar su integridad física en caso de que ocurra lo que viene.
El otro caso que puso al descubierto Karl, el riesgo en que ha puesto la urbanización salvaje a los habitantes de Veracruz-Boca del Río, ya se ha hecho presente en el fraccionamiento Campanario en el Puerto. En la madrugada del martes registró un deslave que inundó de lodo las calles de ese conglomerado, apenas con las primeras lluvias de la temporada, como sucedió en octubre de 2009 y en agosto de 2010.
Dependemos de la baja intensidad de huracanes y tormentas tropicales de la temporada. ¡Que Dios nos agarre confesados!
No hay comentarios:
Publicar un comentario