A pesar de que Veracruz es un territorio en que el turismo nacional ha encontrado por décadas el alivio vacacional que sus limitados recursos puede proporcionarles, gracias –entre otras cosas– a la cercanía con la capital del país, la legendaria hospitalidad de sus habitantes y los módicos precios de sus productos y servicios, los últimos gobiernos estatales han acumulado una creciente deuda con este sector considerado uno de los más dinámicos de la economía.
Desde la visión hollywoodesca de Miguel Alemán Velazco, cuyas más fuertes inversiones las aplicó en publicidad y mercadotecnia, favoreciendo pingües negocios de amigos y familiares, hasta la disminuida atención prestada por Fidel Herrera Beltrán, más concentrado en el impulso a la inversión hotelera privada que en mejorar una oferta que permitiera llenar los miles de cuartos habilitados en su sexenio, el turismo ha carecido de una línea estratégica que busque generar derramas económicas crecientes.
En efecto, durante el gobierno alemanista se dio rienda suelta a la imaginación, se empezaron a vender algunas marcas que, en el caso de la Cumbre Tajín, se mantuvieron en el gobierno de la fidelidad, pero casi toda la inversión aplicada, que no fue poca, se destinó a empresas que llenaron sus cuentas gracias a la bondadosa tutoría gubernamental, con la dilapidación de recursos públicos, mientras que otros factores, como las vías de comunicación, el apoyo a las pequeñas y medianas empresas turísticas locales, la capacitación y fortalecimiento del capital humano, no recibieron la atención debida.
Por ello, los turistas de otras entidades e incluso extranjeros que se arriesgaban a acudir a festivales como el de El Tajín, o eran amantes del turismo de aventura o juraban no regresar el próximo año, porque la región Poza Rica-Tuxpan no recibió inversiones en infraestructura de comunicaciones y turismo, y todavía son pocos los inversionistas que arriesgan sus capitales para erigir hoteles en las zonas urbanas aledañas o en la denominada Costa Esmeralda, azotada por los continuos “nortes” y un olvido gubernamental que raya en la ignominia.
Que hayan dirigido la Secretaría de Turismo, Cultura y Cinematografía en el sexenio pasado, primero un amigo del gobernador y luego el compadre del periodista Joaquín López Dóriga, da idea de la importancia que tal sector significó en términos de políticas públicas.
Por si fuera poco, el creciente encono entre el gobernador Herrera y el presidente Calderón hizo trizas las débiles campañas publicitarias a favor de Veracruz. Aprovechando las televisoras nacionales, el gobierno federal enderezó campañas demoledoras que inhibieron buena parte de las intenciones de viaje al estado, con argumentos insoslayables: alta contaminación de las playas, riesgos en carreteras y mal clima, sin parar mientes en si tenían respaldo o no.
La respuesta veracruzana siempre fue débil: se buscaba atajar el impacto mediático de las grandes televisoras con declaraciones que sólo tenían eco en el ámbito regional, como para que los veracruzanos nos sintiéramos defendidos, sin que llegaran los desmentidos a nuestros potenciales visitantes.
Ahora que, si a turismo le fue mal, a cultura ni se diga. Los festivales artísticos que hubieran podido generar flujos turísticos anuales se fueron al caño y, en el caso del centro del estado, sólo fiestas como el carnaval de Veracruz o de La Candelaria en Tlacotalpan han logrado sobrevivir, más por impulso local que por otra cosa. Los demás fueron paulatinamente liquidados.
Lo que vino a poner la última palada al escenario turístico fueron las consecutivas afectaciones derivadas de los fenómenos meteorológicos de entre agosto y septiembre, que también afectaron el patrimonio cultural tangible en diversas partes del estado.
A mi me parece que esa genial que venga creciendo tanto el turismo en el estado de veracruz
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