martes, 24 de agosto de 2010

Bicentenario, celebración que naufraga


Pobres héroes nacionales: lo que les ha tocado vivir por estas fechas… y lo que les falta.

A pesar de sus años, quienes encabezaron la guerra de Independencia han debido sufrir un tortuoso periplo por la ciudad de México, donde se expusieron con morbo sus osamentas, en medio del trajín inenarrable del solar capitalino.

Siguen moviéndose incómodamente en el imaginario panteón, sólo de pensar cómo Televisa los mostrará “de carne y hueso” en un culebrón de miedo, en que bellas actrices mostrarán deseables a doña Josefa Ortiz y a doña Leona Vicario.

Por todos los rumbos en que la moderna guerra calderonista lo permite, el esplendor conmemorativo sigue presa del retraso constructor, con máquinas y albañiles trabajando bajo la morosidad a que obliga una desaseada gestión presupuestal.

Más nos valdría proponer un receso y festinar nuestras antiguas glorias en 2011.

Y es que mientras el discurso conmemorativo de las más preciadas efemérides ha tratado de tamizar cualquier obra –sea la colocación de alcantarillas o la construcción de puentes– con los consabidos sobrenombres Centenario o Bicentenario, las obras programadas para el efecto son monumentos a la improvisación y desdén de nuestras autoridades.

Se acerca la fecha en que deberíamos derrochar imaginación, enjundia patriotera, jolgorio y monumentalidad, para disfrutar de una independencia de la que cada día nos queda menos, y todavía hay pleito ranchero para justificar las festividades.

El secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, ha debido fruncir el seño y engolar la voz para reprender a los muchos mexicanos que cuestionan el festejo, pese a que tenemos mucho que celebrar: “nuestra existencia, nuestro ser, nuestra cultura”.

El exabrupto de marras, dicho con el pecho henchido de patriotismo frente al embajador norteamericano, ha puesto la nota estrujante y pintoresca a los prolegómenos de una fiesta que llenará de luces y pólvora del Zócalo al Paseo de la Reforma, en la antigua capital azteca, en un episodio que parecerá salido de la enfebrecida imaginación de Walt Disney, gracias a los oficios del australiano Richard Birch.

No se sabe si la profunda letra y la música pegajosa del himno creado por Aleks Sintek y Jaime López (con el histórico estribillo “shalalala”) lo escucharemos con tanta insistencia como el Waca-Waca de Shakira, porque el rechazo ha sido tan generalizado que la SEP ya se echó para atrás.

Frente al desdén para la celebración, lo que debía ser una clase de historia nacional, Lujambio la convirtió el 21 de agosto en argumento político: unidad de los mexicanos para enfrentar los problemas colectivos, “subrayando lo que nos une [y] desenfatizando lo que nos divide”.

No sea que nos lo reclamen nuestros hijos y nuestros nietos, como ha presagiado el docto secretario. Así, el próximo 15 de septiembre, parafraseando a Lujambio, quien desenfatice, un buen desenfatizador será, pese a que el verbo desenfatizar no exista en el diccionario.

En resumidas cuentas, en estos meses electorales pocos han reparado en fechas tan importantes para el México actual. Las miles de propuestas para conmemorar centenario y bicentenario han quedado como buenas intenciones, cuando no en inexplicables postergaciones.

De cómo sepultar lo que queríamos celebrar

La lista de ingeniosos modos de celebrar, propuestos por dependencias públicas y gobiernos, rayan, a veces, en el ridículo. Muchas han sido para aprovechar cualquier obra para colgarle el sambenito celebratorio.

En Xalapa, sin ir muy lejos, a un puente en Lázaro Cárdenas –cuya construcción poco faltó para que durara cien años– le fue impuesto nombre y apellido: puente Bicentenario-Antonio Chedraui Caram.

El apellido, muy mexicano por cierto, le fue impuesto contra viento y marea, pese al rechazo popular porque el epónimo empresario, ya fallecido, fue cabeza de una familia que cimentó su enorme riqueza en la ciudad y, salvo empleos mal remunerados, fuertes nudos viales en torno a sus empresas y un alcalde de una notable grisura, poco le ha aportado a sus paisanos.

Ya hemos hablado de obras que no serán concluidas antes de terminar el año. En Xalapa también se cuecen de esas habas.

Un ejemplo notable es la sala de conciertos de la Universidad Veracruzana, frente a la Unidad de Servicios Bibliotecarios y de Información.

En varias ocasiones escuchamos al gobernador Fidel Herrera asegurar que su conclusión y apertura sería parte de la celebración veracruzana del bicentenario. Lo que tendremos, ciertamente, es el cascarón, pero no el edificio terminado.

Para el responsable universitario de la obra, Miguel Ángel Ehrenzweig, no importa la fecha en que sea concluida una sala que hará justicia a la Orquesta Sinfónica de Xalapa, que acaba de cumplir 81 años de vida. Y es que faltan nada menos que 80 millones de pesos para concluirla y se ve difícil que esos recursos se obtengan pronto.

Pero las propuestas por todos rumbos del país son realmente descabelladas (y onerosas): desde producir cinco millones de huevos de trucha, liberar una variedad de papa denominada “Corregidora”, y recuperar los sitios en que Miguel Hidalgo y Costilla fue bautizado y confinado, así como representar su fusilamiento, hasta preservar el árbol sembrado por José María Morelos y Pavón en la ciudad de Oaxaca (según lo ha documentado El Universal), los ingeniosos funcionarios se volaron la barda.

Con tan gratificantes formas de recordar, cualquiera olvidará las más elementales clases de historia patria.

¡Y todavía Lujambio se despeina su engominado jopo porque a muchos mexicanos les vale queso participar en estas fiestecitas!

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