lunes, 3 de febrero de 2014

El negocio del espectáculo

Desde que Miguel Alemán Velazco, siendo gobernador, inventó la Cumbre Tajín, un acontecimiento de nueva creación al que se le podía perdonar (e, incluso, agradecer) la proyección inusitada del sitio arqueológico totonaca mediante la promoción de un festival internacional con la participación de figuras locales, nacionales e internacionales, los subsecuentes gobiernos estatales han tratado de impregnar de ese espíritu a festividades de honda raíz popular para convertirlas en ferias modernas.

La que se desarrolla en Tlacotalpan, por ejemplo, pierde con cada versión sus originales motivaciones y alcances. Secuestrada por la estructura gubernamental, a través de la Secretaría de Turismo y Cultura (Secturc), la Fiesta de La Candelaria ha visto perder su belleza y alegría originales, su fama de punto de encuentro de la cultura sotaventina, y la creencia religiosa que está en el fondo de su celebración cada inicio de febrero.

La Secturc cada vez se acerca más a la imagen de una empresa promotora de espectáculos. Su titular, Harry Grappa Guzmán, ha derrochado recursos del erario para la contratación de figuras nacionales e internacionales, como si quisiera esconder el entusiasmo pueblerino tras el boato de las marquesinas.

A contracorriente, esa misma dependencia desplaza las expresiones autóctonas con el desprecio y el desdén. Ya lo habíamos anticipado en este espacio, y la corroboración ha venido de una de las integrantes del grupo Son de Madera, uno de los barcos insignia del movimiento sonero, por el trato indigno que se les prodigó.

Esta pléyade de funcionarios con vocación de promotores artísticos, como el que comentamos ayer, el director de RTV, Juan Octavio Pavón, miran al Veracruz profundo con total desprecio. Y parece que tienen la venia de quien los ha contratado.

¿Qué pueden hacer los grupos artísticos locales para rescatar festividades como la de Tlacotalpan, en que cada año se retroalimentan para mantener vivas las expresiones culturales que permiten la identidad de los veracruzanos? Al parecer, muy poco.

Cuando se trata de apoyar festivales autóctonos se argumenta que no hay recursos, pero poco podemos creerle a los gobiernos estatal y municipales cuando se destinan grandes sumas a la contratación de onerosos y fútiles espectáculos que no representan nuestras raíces culturales.

Desprecio por los grupos locales

No de otra manera se pueden entender las graves afrentas que están padeciendo nuestros artistas locales en La Candelaria, y las que reciben aquellos grupos que sí están haciendo cultura, difundiendo el son jarocho, diseminando el conocimiento sobre la forma de tocar y construir los instrumentos tradicionales, la danza, la recuperación de las tradiciones que se forjan en torno a los fandangos, incluida la tradición textil, la gastronomía, la elaboración de las décimas.

Natalia Arroyo, violinista de Son de Madera, manifestó en redes sociales su indignación por el trato recibido por parte de los organizadores de la Fiesta de La Candelaria, en Tlacotalpan. No solo se les recluyó en tiendas de campaña, sin baño, frente al lujo ofrecido a los artistas traídos del altiplano con alto costo; tampoco se les dieron las facilidades para preparar sus actuaciones.

Fuertemente resguardados por guaruras que cuidaban a los artistas contratados, los foros fueron cancelados a los tradicionales soneros (tratados como teloneros de ínfima categoría) para que probaran el sonido. Natalia narra cómo los Soneros de Tesechoacán, una institución en la región, tuvieron que esperar más de dos horas para probar los micrófonos y, al final, tuvieron que quedarse con las ganas, con la amenaza, eso sí, de que solo tenían 45 minutos para su participación, sin posibilidad de alargar un minuto más, so pena de cortarles el sonido.


Lo que narra la violinista de Son de Madera no tiene desperdicio: “no dejaban entrar a las hijas de Octavio Vega del grupo Mono Blanco a los camerinos, como si fueran a hacer alguna maldad, todo porque Juan Solo estaba en su camerino”.


Es posible que no sea perniciosa la celebración de espectáculos nacionales e internacionales en la fiesta tlacotalpeña. El problema es que nuestros funcionarios ven con abominable desdén las expresiones artísticas que son el corazón de esa fiesta.

2 comentarios:

  1. Grave, en demasía esto que se expone, ¿tienen planeada alguna acción?
    Algo podrá hacer la sociedad civil, especialmente la tlacotalpeña desde luego apoyada por ciudadanos interesados en la ya NO demeritación de la cultura y si en el rescate y preservación de la misma.

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  2. La comunidad cultural jarocha es muy fuerte, Carlos. Y está organizada. El gobierno del estado ha propuesto consagrar el son jarocho como patrimonio cultural intangible de la ONU, pero lo que los grupos que preservan las tradiciones culturales más profundas del sur de Veracruz proponen que se proponga el fandango, que incluye la música, la danza y la actividad cultural que germina en torno a esas expresiones artísticas, como la gastronomía, laudería, textiles, etc. Y han llamado la atención sobre manifestaciones que corren mucho más riesgo de perderse, como el son huasteco. Creo que nuestra labor sería dar voz a todos aquellos que durante décadas han mantenido y enriquecido esta tradición cultural de Veracruz. Gracias por su comentario,

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