jueves, 3 de octubre de 2013

Un gobierno fatídico para la economía

No fue necesario el fin de la administración de Enrique Peña Nieto en 2018, el primer gobierno priista luego de 12 años de presidencias panistas, para caer en un desastre económico, como había sido la tónica en los gobiernos tricolores desde el fin del sexenio de José López Portillo, atenazado por la fuga de capitales, la devaluación del peso a grados superlativos y una inflación galopante que puso a todos los mexicanos al borde de la peor miseria.

Ya era costumbre que, al final de los sexenios priistas, la devaluación del peso y la inflación rompiera la posibilidad de lograr un desarrollo sostenido; millones de familias se hundían prácticamente en la mendicidad y se empezó a leer la historia de México por décadas perdidas.

El terremoto de 1985, previo al último año de Miguel de la Madrid, puso en jaque la economía mexicana. Toda la inversión pública federal programada para diversas regiones del país fue cortada de tajo para enfrentar la enorme tragedia que representó para la capital mexicana un fenómeno natural que enlutó al país.

Carlos Salinas de Gortari, electo en medio del más claro y monstruoso fraude electoral, palió en sus primeros años la profunda crisis económica no solo con golpes políticos, como el encarcelamiento del líder petrolero Joaquín Hernández Galicia, La Quina, sino con un endeudamiento considerable que permitió un déficit presupuestal de 3.7 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), aunque al año siguiente lo redujo a 1.9 por ciento.

Con él, la venta de todas las empresas en manos del Estado permitió que fueran a parar a individuos que hoy lucran incluso a costa del Estado que les dio posibilidad de incrustarse en las listas de Forbes.

El advenimiento de Ernesto Zedillo Ponce de León, quien sustituyó en plena campaña presidencial al asesinado Luis Donaldo Colosio Murrieta, puso de inmediato en jaque el castillo de naipes con el que Salinas hizo creer a todos los mexicanos sobre nuestra duradera estancia en el grupo de países en desarrollo. Economista duro, Zedillo hizo malabares, luego del denominado “error de diciembre” de 1994, con medidas que nos abrieron las puertas al infierno del desastre económico y logró, con un déficit promedio de 0.6 por ciento durante su gobierno, recuperar la estabilidad.

Tanto Vicente Fox Quesada como Felipe Calderón Hinojosa, los dos presidentes panistas, promediaron 0.4 y 1.7% del PIB del déficit presupuestal, si bien solo se interesaron en mantener estables las cuentas públicas y la macroeconomía, sin que ello se expresara en una mejor condición de vida para millones de mexicanos que se mantuvieron en la línea de flotación, lo que quiere decir que muchos sobrevivieron pero otros tuvieron que pasar a mejor vida.

La noticia en el mundo era la estabilidad económica de México y las enormes posibilidades de crecimiento que, con reformas estructurales, harían detonar la economía a grado tal que el nombre de nuestra nación se ubicaría entre las BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) como parte de las economías emergentes que estaban llamadas a sustituir a las tradicionales potencias económicas del mundo o, al menos, a igualarse con ellas.

CRECERÁ EL DÉFICIT PÚBLICO

Pero nones para los comelones. Según un estudio del Centro de Estudios de las Finanzas Públicas de la Cámara de Diputados, las cosas se podrían poner color de hormiga y promediar para el sexenio peñista el más alto déficit presupuestal de las últimas tres décadas. En efecto, según las previsiones del propio gabinete, si en 2014 se programa incurrir en un déficit del 3.5% del PIB, la tendencia en los siguientes años no apuntan a recuperar un endeudamiento público sano, pues para 2015 se calcula un déficit de 3.0% y en 2016, de 2.5%. Y a ello habrá que agregar el déficit calculado para el año que corre, que será de 2.4%.

Contra lo previsto por el equipo económico del gobierno federal, 2013 ha sido fatídico. En primer lugar, las expectativas de crecimiento han descendido en caída libre, al grado de estar hablando en estos días de que México ha entrado en periodo de recesión.

Las inversiones extranjeras directas no llegan en la medida en que estaban sentadas las expectativas no bien se difundieran las reformas estructurales; la inflación, sobre todo en el sector primario, ha hundido las posibilidades para que el sector emprendedor permita dinamizar la economía; la recaudación fiscal irá a la baja, sobre todo a partir de la enorme catástrofe natural que representa el paso de Ingrid y Manuel por territorio nacional y, encima, los países en desarrollo ven con la ceja levantada las dificultades para que se apruebe una reforma energética que incluso ven tibia para lo que esperaban.

En los Criterios Generales de Política Económica, el gobierno federal considera que gastar más allá de los ingresos presupuestarios puede ser útil para hacer crecer la economía. “El nivel de déficit propuesto contribuirá a mitigar el efecto recesivo de corto plazo sobre diversos sectores de la economía mexicana”.

Y agrega el documento: “Este déficit permitirá un estímulo contracíclico para apoyar a la economía y al empleo, al tiempo que permitirá invertir de manera decidida desde ahora para alcanzar los frutos de las reformas estructurales lo antes posible”.

Las desgracias no vienen solas. El país está prácticamente en crispación social. Las protestas del magisterio dañan severamente las economías de escala; los fenómenos meteorológicos, según análisis de la propia Secretaría de Gobernación, han provocado un desastre mayor que el terremoto de 1985, y no solo habrá una merma importante en el universo de contribuyentes (muchos de los cuales han quedado en la ruina y sin negocio), sino que además durará un buen tiempo lograr la recuperación de las economías regionales afectadas.

Si las declaraciones hechas a favor de la reconstrucción nacional son ciertas, se requerirá una inversión mayúscula para permitir a millones de damnificados recuperar sus viviendas o sus negocios. Ya hemos visto que si esos recursos no son bien vigilados en su aplicación, a quienes ayudan es a nuestros voraces políticos estatales y municipales.

Por eso, no debe sorprender que el presidente más criticado en materia de formación académica y cultura general haya dado visos de dónde sacará recursos para afrontar los compromisos. De entrada, restarle a la cultura y las artes una buena tajada de 4 mil millones de pesos en 2014, que no se recuperará. Habrá que ver cómo le va a ciencia, tecnología e innovación, pero es casi segura que no se cumpla la previsión de dotarle de al menos el 1 por ciento del PIB.
               
CORRUPCIÓN Y NEGOCIOS PÚBLICOS

Dice la izquierda mexicana (y dice bien) que lo que no tocará Enrique Peña Nieto es la enorme corrupción que merma todo intento por lograr el crecimiento económico.

Tras la detención de Elba Esther Gordillo Morales por diversos delitos, lo que permitió tener de aliado al SNTE en la denominada reforma educativa, no ha habido una señal que permita, ya no digamos la detención del corrupto líder petrolero Carlos Romero Deschamps, actual senador priista, sino incluso romper con las multimillonarias transferencias financieras al sindicato desde Pemex.

La propuesta de reforma energética no toca con el pétalo de una flor el poderío de una organización criminal, disfrazada de organismo gremial, que sigue succionando alegremente los ingresos del país por las exportaciones petroleras.


Lo más grave es que el propio Poder Legislativo, que incluye a todos los partidos políticos, es partícipe de la corrupción, lo que hace que los contribuyentes cautivos estemos en desacuerdo con los nuevos impuestos que se afinan en la reforma hacendaria.

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