martes, 28 de septiembre de 2010

Los saldos del desastre

No hay manera de cuantificar lo que el huracán Karl le robó a miles y miles de veracruzanos.

Tan solo por mencionarlos en un rápido inventario: daños materiales, más graves incluso que si hubieran sido producidos por un terremoto; decenas de muertos, muchos de los cuales no son reconocidos como víctimas del meteoro y otros cuyos cuerpos ni siquiera han sido recuperados; economías de diversas escalas devastadas, algunas desde su raíz; desaparición total del menaje de miles de familias, incluyendo documentos personales, testimonios y reliquias atesorados por décadas; destrucción del paisaje por la aniquilación de cultivos, la caída de miles de árboles, la deformación de los cauces hidrológicos, la creación de nuevos estuarios.



Pero lo más grave ha sido el surgimiento espontáneo y masivo de una sensación de vulnerabilidad, de riesgo permanente, de zozobra inaudita, que ha encendido en miles de veracruzanos un irracional temor por los fenómenos de la naturaleza, así sean una simple lluvia o el crecimiento mesurado en los niveles de ríos, arroyos y lagunas.

Si a ello agregamos una circunstancia real de indefensión, de riesgo sanitario, de hambre, de inadecuación, de rapiña, de esperanzas fallidas, de falta de un sitio donde recrear la intimidad, donde llorar sin ser visto o entrevistado por un reportero o tomado in fraganti por un fotógrafo; de ruptura con la cotidianeidad, con el tren de la vida y el trabajo, con la escuela, con las creencias, con los proyectos mediatos e inmediatos, ya podremos imaginarnos qué tanto tardaremos los veracruzanos en recuperar esa fuerza y esa energía humana que ha parecido difuminarse hasta el grado de acercarse a su temporal extinción. Porque lo que se ha perdido son décadas de trabajo.

Y hay sectores de la población a los que nadie pide opinión, pese a agregar a todos los males numerados otros que uno parece no tomar en cuenta. Uno de ellos es el de los niños y jóvenes que durante un buen tiempo deberán dejar a un lado su proceso educativo, sea porque sus planteles han sido destruidos o afectados por la fuerza de la naturaleza, porque deben incorporarse a actividades productivas junto con sus padres para paliar los efectos económicos o porque como parte de lo perdido durante las inundaciones se encuentran libros, cuadernos, libretas, lápices, mochilas, reglas, tareas ya hechas, obligaciones por cumplir, conocimientos barridos por la corriente, canchas deportivas cubiertas por una gruesa capa de lodo, amigos que nunca volverán a ver.

Es de tal gravedad la situación que en muchas comunidades las clases se iniciarán más tarde de lo esperado. Maestros y padres de familia deberán tomar la escoba para limpiar los salones, pero eso será después de recuperar lo poco o mucho que les dejó en casa la catástrofe. Los maestros deberán reevaluar a los estudiantes, ya perdidos los registros de asistencia y las calificaciones; las autoridades de registro civil deberán trabajar a brazo partido para recuperar documentos esenciales como las actas de nacimiento, mientras que las autoridades escolares deberán buscar en sus archivos para elaborar certificados de estudios. Porque en muchas comunidades, en muchas colonias, en muchas ciudades, las familias perdieron todo, absolutamente todo.

La tarea reconstructiva está pasando su etapa intensiva, la de salvar vidas, la de romper los diques para que el agua que se salió de madre regrese a sus cauces, la de dar a las personas el alivio de una pequeña despensa, agua potable, ropa para protegerse, calzado, trabajo remunerativo, un sitio donde escampar. Pero lo que sigue es de tal magnitud y requerirá de tanto tiempo que será necesaria la participación prolongada de quienes sí tenemos casa, trabajo y seguridad.

A quienes durante un fin de semana, en lugar de festejar el bicentenario del inicio de la guerra de Independencia, lucharon por sus vidas frente a un enemigo de proporciones gigantescas, buscaron refugio en las azoteas de sus casas, se aferraron al tronco de un árbol para salvar la vida, vieron sus casas y pertenencias ser arrastradas por el agua, habrá que ayudarlos con todo nuestro empeño y solidaridad. No sólo ahora, en estos días en que todavía se percibe en el ambiente el olor y la música de la destrucción, sino durante los siguientes meses del año e, incluso, en los primeros del 2011, y con ello tengan fuerzas para recuperar al menos lo esencial para seguir en pie.

Y uno de nuestros objetivos deberá ser recuperar a miles de niños que hoy no tienen escuela, no tienen libros, no tienen útiles escolares e, incluso, no tienen casa.

Fotografía de Celia Álvarez: http://www.facebook.com/album.php?aid=222907&id=660263583&l=5e6673dd0d

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