lunes, 21 de marzo de 2011

Municipios en la miseria

Los municipios veracruzanos están en la miseria. Las tropelías cometidas en administraciones pasadas los tienen postrados y, prácticamente, sin posibilidad de responder a los ciudadanos; en la mayoría de los casos, ni a sus propios trabajadores.

Es una bomba de tiempo. A excepción de los grandes municipios, que han logrado una buena recaudación por concepto de impuesto predial, la mayoría no se puede decir que vivan al día, porque las deudas heredadas les llevará mucho tiempo para solventarlas.

Entre abultadas deudas con proveedores, casi todos los ayuntamientos están prácticamente imposibilitados para responder a las necesidades ingentes de la población.

No se trata de emprender nuevas obras públicas; incluso la prestación de los servicios esenciales como agua, recolección de basura, vigilancia, alumbrado, cuidado de parques y jardines, todo está paralizado. No hay recursos en caja.

Los nuevos alcaldes tomaron sus puestos con la novedad de que tenían enormes deudas con la Comisión Federal de Electricidad, con el Instituto Mexicano del Seguro Social, con empresas telefónicas, constructoras, sus propios empleados.

El parque vehicular con que cuentan está casi inservible y los trabajadores tienen serias dificultades para cumplir con sus funciones, a no ser exponiendo su propia integridad física. No hay para viáticos ni para composturas.

Para colmo, la mayoría enfrenta laudos laborales que los coloca en situación vulnerable pues tendrán que pagar salarios caídos y/o liquidaciones, cuando no la reincorporación de extrabajadores a sus puestos de trabajo, lo que implicará una nómina abultada para sus de por sí endebles finanzas.

De obritas y débiles artificios

Las autoridades municipales son las más cercanas a la gente, aquellas a las que acude la población para resolver los problemas inmediatos, y no hay para cuando la situación mejore porque, por otro lado, el gobierno estatal sufre de la misma enfermedad.

La situación de Veracruz, independientemente del impulso que está recibiendo su actividad turística, poco o nada variará en los próximos meses. La realidad es que no hay dinero y, muy difícilmente, el gobierno estatal acudirá en apoyo de las autoridades locales.

Lo grave es que, para tapar el ojo al macho, alcaldes como los de Xalapa, Veracruz y Boca del Río, entre muchos otros, están destinando recursos a tareas que solo sirven para engañar, como gastar en pintar semáforos, celebrar actos políticos para recibir falsos vítores por obritas cuyos costos, a veces, son menores a los erogados en los fastuosos protocolos, o anunciar becas escolares, insuficientes en cantidad y en monto.

No hay planes municipales de desarrollo porque las metas y objetivos no se pueden plantear cuando negros nubarrones financieros se ciernen desde el mismo día en que pisaron sus oficinas en los ayuntamientos.

Se acercan, por ejemplo, a las oficinas del DIF, a la Universidad Veracruzana o a algunas asociaciones civiles para elaborar programas asistenciales que poco les cuesta, o se dedican a tomarse la foto barriendo playas, y con ello tratan de contener el creciente malestar de la población.

¿Cuánto durará la sequía?

Es posible que esta estrategia les dure seis meses. Y hablo no solo de las autoridades municipales sino también de las estatales. Pasado ese periodo, los veracruzanos se preguntarán cuándo van a iniciar a gobernar y dejarán de administrar.

Hay funcionarios que piensan que los comentaristas políticos obran de mala fe o están desinformados cuando señalan la ineficacia de sus gestiones. Es posible que no solo sea asunto de su inexperiencia o poca imaginación sino en efecto de falta de recursos, de visión, de esperanzas.

Varios de ellos empiezan a desesperarse. Llegaron a sus puestos para promoverse políticamente con miras a las elecciones federales de 2012; querían colocarse en la fila de la cadena improductiva y no andar penando con conflictos que les saltan como langostas.

Lo mismo les hacen paros que manifestaciones, incluso de empleados que piden lo indispensable para desempeñar sus funciones, cuando no el pago a tiempo de sus emolumentos.

Y sienten que, más que ganarlos, están perdiendo sus bonos, reales o supuestos.

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